Por: Holger Díaz Hernández/ “La diferencia entre un ciego y un fanático es que el ciego sabe que no ve”: Anónimo.
Y por fin llegó el momento, después de cuatro años de un populismo ramplón que incendió a EEUU y a buena parte del mundo, terminó la era Donald Trump.
Querido y odiado se convirtió en un personaje que no pasó desapercibido en ningún escenario donde participó.
Intolerante, narcisista, individualista, vil, misógino pero al mismo tiempo inteligente, hábil y manipulador manejo la agenda y sus ritmos a su antojo.
Le deja al mundo un sabor demasiado agridulce y a Joe Biden le entrega un país que perdió la influencia y el norte que en los dos últimos siglos había ejercido sobre el resto de la humanidad.
Desde la guerra de secesión americana hace 160 años y las luchas por la igualdad racial de mediados del siglo pasado, no se vivía un estado de división y confrontación en esta nación considerada cuna de la democracia y de los derechos civiles.
Todo como resultado de un jefe de estado con un discurso irreverente y xenófobo que cambió de un trazo las reglas de juego de la diplomacia y causó una fragmentación incluso al interior de la tradicional familia americana, generando odios no solo raciales sino también de clases sociales.
En su posesión hace cuatro años Trump dijo recibir una nación en caos y en la peor crisis social de su historia, sólo necesito ese tiempo para que efectivamente ese fuera su legado.
Prometió construir un muro con México y lo logró pero dentro de su propia estructura de nación, prueba de ello entre otras muchas cosas es el resultado electoral de noviembre pasado.
Trump demostró que se puede transgredir el orden, las costumbres e inclusive la ley, aún en un país como Estados Unidos; donde lo políticamente correcto depende del tamiz con que se filtre.
A pesar del rechazo de una buena parte de la sociedad americana, Trump logró el apoyo en las elecciones del 3 de noviembre, de más de 74 millones de ciudadanos que corresponden al 47% del total de votantes, sin que importará mucho el manejo absolutamente torpe que le dio a la pandemia de Covid-19, la oleada de violencia racial que conmocionó al país, los escándalos por su relación con Putin y la influencia rusa en los resultados electorales del 2016, el fraude en el pago de sus impuestos como empresario, la salida de EE.UU. del pacto de Paris o su retiro de la OMS.
Y no solo eso, porqué además fue escogido junto a Michele Obama en diciembre pasado como uno de los personajes más admirados por el pueblo americano.
El trumpismo aún a pesar de la derrota electoral cuenta con millones de fans y no solo en Estados Unidos, es una corriente que desafortunadamente se consolida en muchas regiones del mundo, la política del todo vale.
Es el populismo a ultranza, sea de derecha o de izquierda que incluso en algunos casos se arropa en el centro del espectro político y del cual no es para nada ajeno nuestro país.
Pero Donald Trump atraviesa hoy tal vez por uno de los momentos más difíciles de su vida pública, se apresta a iniciar su juicio político, su segundo impeachment, enfrenta lo que ningún otro presidente de Estados Unidos le había correspondido, suceso que desde ya se pronostica será de alquilar balcón.
Una vez inculpado por la Cámara de Representantes el juicio pasa al Senado dónde hay paridad entre republicanos y demócratas y donde la balanza la inclinara la vicepresidenta Kamala Harris, de acuerdo a las leyes de la democracia estadounidense.
Está acusado de “incitar a sus seguidores a la violencia” en la jornada del día 6 de enero, episodio sin antecedentes en la historia de este país que dejó como saldo cinco muertes, decenas de heridos y múltiples daños a la infraestructura del Capitolio; la democracia de EE.UU. a la altura de una república del tercer mundo.
Nancy Pelosi, líder demócrata de la Cámara ya definió a los representantes que serán los fiscales y que acusarán a Trump ante el senado, pero para condenarlo se requieren las dos terceras partes de los votos, esto implica que 17 republicanos deberían votar en su contra, lo cual en la práctica no es fácil de conseguir.
Finalmente un fallo en su contra solo le impediría ser candidato a la presidencia nuevamente en el 2024.
Desde ya se habla de una posible contienda en cuatro años entre la Vicepresidenta Harris e Ivanka Trump la hija de Donald, si el no pudiese hacerlo.
En ese orden de ideas el reto del presidente Joe Biden para quien solo se augura un gobierno de cuatro años dada su edad, es descomunal.
Son muy grandes los desafíos que hoy tiene el líder de la otrora nación más importante del planeta, vacunar a 200 millones de habitantes antes de finalizar este 2021 para lograr la erradicación del coronavirus, estabilizar la economía del país hoy en grave crisis como el resto del mundo, redefinir las políticas de igualdad racial y las de reforma migratoria y regresar a los EE.UU. al sitial que desde hace muchos años había tenido.
A pesar de las intenciones revanchistas de muchos, Biden será un presidente mesurado, que tiene claras sus prioridades, que buscará un orden interno en lo económico y social en su país y manejará la diplomacia internacional con guantes de seda.
Las relaciones con el gobierno de Colombia serán como hasta ahora, una política férrea en el manejo de los cultivos ilícitos y el narcotráfico e intercambios comerciales con una posición dominante de su parte.
La tragicomedia trumpiana ha terminado pero en el mundo seguirán apareciendo ese tipo de líderes, las redes sociales han catapultado a seres anodinos, ha hecho carrera que el que más mienta o engañe más oportunidades tiene de ganar incautos.
Según The Washington Post, Trump lo hizo 30.558 veces en sus cuatro años de gobierno y terminó con una imagen favorable del 34% y millones de seguidores dispuestos a hacer lo que su líder ordene.
“No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”: Dicho popular.
Médico cirujano y Magister en Administración.