Por: Beatriz E. Mantilla/ Hace exactamente un año fue notificado por primera vez en Wuhan (China), el 31 de diciembre de 2019, el brote por enfermedad de coronavirus (Covid – 19) y de inmediato en cientos de portales asociados a la salud se dispuso de datos, seguimiento a hechos y recursos para informar sobre este desafío científico que por su rápida expansión cambió la dinámica de gestión y atención a la salud pública.
Grosso modo al recordar la cronología de esta pandemia, hay que reseñar que un día después, el 1 de enero, las autoridades chinas cerraron el mercado mayorista de mariscos, al descubrir que los animales salvajes allí vendidos podrían ser la fuente del virus. Siete días más tarde determinaron que era un nuevo virus y adquirió su denominación. Fue exactamente el 11 de enero que falleció su primera víctima, un hombre de 61 años, trabajador de dicho mercado por neumonía severa.
El 13 de enero un hombre en Tailandia también presentó síntomas asociados, luego de visitar Wuhan. Y día a día se puede detallar una cadena de gestiones de salud pública desde diferentes organismos estatales y privados para gestionar la pandemia que pasan desde compartir el ADN del virus para impulsar estudios que den alternativas de solución por parte de la comunidad científica, hasta detallados protocolos para gestionar la interacción social y el riesgo que ella ahora supone para la salud humana con la aparición del Covid–19.
Casi podría decirse que con el toque de las 12 campanadas del 31 de diciembre de 2019 se desencadenó una serie de hechos que bien pueden tomarse como referente para reflexionar acerca del desempeño de la gestión pública.
Hace parte del deber ser, de la esencia pura de la función pública, gestionar a la celeridad requerida los recursos, las medidas para proteger los intereses ciudadanos, y ese fue el gran desafío de los líderes a nivel mundial en 2020.
Que si contaban con las competencias para gestionar una prueba de dicha magnitud, hace parte de la responsabilidad que como electores debemos asumir los pueblos cuando, como suele ocurrir en el caso colombiano, y particularmente santandereano, votamos por quienes digan las tradicionales figuras políticas y sus maquinarias. Y en ello, en una franca reflexión, hay que reconocer que muchos le ponen más empeño a la escogencia del aguacate del almuerzo.
Sin embargo, precisamente dicha coyuntura, Covid–19, pudo haber sido la mejor oportunidad para demostrar que la elección para el cargo, superaba la ascendencia familiar, o los señalamientos aprobatorios de alguna figura política notoria para apostar por un desconocido, en su lugar demostrar habilidades para planear en medio de la incertidumbre, gestión de crisis, asertividad comunicativa y en especial con alta responsabilidad social, su valía y aporte profesional para este complejo momento histórico.
Si bien los líderes globales dejaron de cumplir su agenda habitual para atender el deber más importante a lo largo de los tiempos como lo es garantizar y preservar la salud pública y la vida de todos los seres humanos, disponiendo de los recursos necesarios para ello, en un honesto balance de gestión hay que decir que la prueba que enfrentamos, que pone en peligro la vida de todos y de ninguno, y se ensaña como la economía con la población de los menores recursos en medio de en un sistema de salud precario, que aún todos los anuncios parece se quedó corto y con tendencia al colapso.
Desde muy temprano, expertos en salud pública y epidemiología de todos los puntos del continente lo advirtieron, las voces más idóneas indicaron cuidados, protocolos, mecanismos de gestión en los espacios que representaban mayor riesgo de rápida expansión del virus, aeropuertos, centros comerciales, plazas públicas, todo metro cuadrado en donde la interacción fuese masiva, representaba un riesgo y había necesidad de controlarlo.
Fueron largos cuatro meses que pasamos los colombianos protegiendo nuestra salud, priorizando el aislamiento, como medida para facilitar que quienes estaban llamados a actuar con la mayor responsabilidad social, hicieran lo propio, fortalecer el sistema, no solo la infraestructura física, sino también humana (la primera línea de atención, médicos, enfermeras, bacteriólogas), en fin, hasta de héroes y con actos simbólicos como aplausos a las 8 de la noche, salimos a darles para animarlos a no rendirse, a seguir.
En datos oficiales, el Ministro de Salud, Fernando Ruiz, informó en reciente declaraciones que se pasó de 5.346 camas en febrero a 10.693, en el país.
Sin embargo, los frutos de esos meses de protección en casa, ahora se escapan como el agua con que copiosamente nos lavamos las manos, la necesaria reactivación económica sin mayor apoyo y control por parte de las autoridades, es artífice de lo que parece un escenario poco alentador en términos de contagios, hospitalizaciones y muerte. Sí claro, se debían presentar protocolos de bioseguridad para la reapertura, formatos donde prima la forma al fondo, “protocolos” a los que poco se les hizo control material y que desconocen que nuestro fundamento económico se integra también de comercio informal y angustioso rebusque. Causa risa socarrona la toma de temperatura al ingreso, que olvida que quien tiene un cuadro febril, pocas veces se anima a salir de paseo.
Vimos salir a los funcionarios de turno a motivar a reactivarse, asegurando tener garantizado el fortalecimiento del sistema de salud e incluso se promovieron fechas, tres en total, de día sin IVA.
Y con medidas así de absurdas, sin control por parte de las autoridades, con la creciente necesidad de ingresos de los comerciantes, una comunidad inconsciente que como masa acostumbra obedecer sin cuestionamientos, los mismos que no se han tenido al elegir funcionarios públicos de dudoso mérito, salieron a obedecer, a comprar desaforadamente y con ello de forma impulsiva, quizá, dar rienda suelta a ese mecanismo consumista para llenar el vacío de la ansiedad generado por un año que si bien dejó lecciones valiosas también dejó, desafortunadamente para muchos otros, frustraciones que enfrentan con mecanismos como ese, salir a consumir, incluso, a costa de endeudamientos sin soporte futuro de flujo de dinero. Esa fue la fórmula que contribuyó al crecimiento de la bola de nieve que hoy enfrentamos y que deja muy mal la gestión pública que no logró gerenciar con inteligencia un sector corrupto y politizado como lo suele ser el de salud.
En el balance se puede decir que el sector salud, que se supondría sería fortalecido, hoy cuenta con un recurso humano agotado, exhausto de luchar solo, sin mayores medidas de protección facilitadas por el sistema, muchos de ellos con sueldos reducidos a cuando empezó la pandemia, aunque la demanda de servicio ha sido mayor; algunos otros, quienes fruto del estrés de estar allí en sitios cerrados, con sistemas de ventilación obsoletos, sin herramientas casi de trabajo y con hacinamiento en pasillos y salas de espera, hasta han decidido renunciar aún conscientes de las afugias económicas que les espera.
Noviembre y diciembre fue un periodo en donde la pandemia desapareció del escenario de gestión, plazoletas de comidas en centros comerciales con clientes sin tapabocas y en infraestructura sin distanciamiento social, ni respeto por el aforo mínimo; calles repletas de ventas ambulantes; locales formales, establecimientos de comercio legales, sin cumplimiento de aforos, ni tapetes desinfectantes, ni geles, ni nada. Los históricos controles al espacio público pasaron al olvido. La pandemia fue asunto del pasado.
Hasta el mismo gobernador de Santander y la gestora social Genny Sarmiento Díaz, promovieron eventos públicos en espacios cerrados como lo fue la reciente premiación del concurso de cuentos “Siempre Santander Mitos y Leyenda”, el pasado 22 de diciembre, donde se llamó a los 115 ganadores, quienes por fortuna no todos respondieron, para reconocerlos. Contraria a la dinámica global de virtualidad, se convocó a un evento presencial, desconociendo buenas prácticas de eventos online, en el auditorio de la Gobernación.
Horas después, el 25 de diciembre, el Gobernador salió a anunciar sobre 63.843 casos positivos y 2.273 fallecidos, se pasó de 318 camas UCI a 618 en todo el departamento como balance del fortalecimiento, y declaró la alerta roja en el territorio dado el incremento del 35% de pacientes en UCI por Covid. El mandatario también hizo un llamado a los “indisciplinados e inconscientes”, “esto no es un juego”, aseguró. Solo hasta ese 25 del mes, recordó a las autoridades su deber de hacer control, cuando ya todo estaba dado, más de mes y medio de descontrol total de todos y de todo, en el que, por supuesto, la comunidad también tuvo su aporte por no actuar con responsabilidad y diligencia frente al autocuidado.
Y no era para menos, las mismas autoridades, configuraron el patrón para ello. ¿Cómo? Impulsando las compras, no ejerciendo control cuándo se debía, dónde y con quiénes era necesario.
Posteriormente, salieron representantes del comercio organizado a indicar que “por culta del comercio informal y los indisciplinados se podrían perder más de 150 mil empleos, a raíz del regreso del pico y cédula en Santander”. Y al cierre de esta columna la Gestora Social anunció en su cuenta de Twitter su contagio y el de sus hijas con el virus, a través de Twitter, el 29 de diciembre a las 10:49 a.m. ¿Qué decir de todo esto?
Justo a una horas de que vuelvan a sonar las 12 campanadas, todo parece indicar que el balance de gestión pública, no resulta muy favorable: un sistema débil y vulnerable, con agotamiento del recurso humano; mandatarios locales, seccionales y nacionales, con desacuerdos e improvisación absoluta, sacando medidas autoritarias de una hora para otra, dejando en el ambiente el mensaje de desesperanza no solo por un año perdido y debilitado por completo en su economía, sino sin aprendizajes, confinamientos severos, en momentos en que más se requería fortalecer la esperanza por un 2021 mejor.
*Comunicadora Social organizacional y periodista; docente universitaria y consultora en asuntos corporativos y de Responsabilidad Social Empresarial.