Por: Yessica Molina Medina/ El 2020 ocupará un lugar en la historia universal y también un lugar en nuestra historia personal, en la íntima, porque la vida, y me perdonan el cliché, nos cambió en la esfera más pública y en los espacios más privados de nuestra humanidad.
Primero tuvimos que enfrentarnos al encierro: los más afortunados tuvimos que dejar las oficinas y los compañeros de trabajo para pasar jornadas enteras frente a una pantalla. Pero otros tuvieron que sentarse a esperar para volver a sus labores con muy poco o nada para sobrevivir. Así que la primera gran lección fue extrañar: dejar de ver y abrazar a amigos, familiares, conocidos, de frecuentar nuestros lugares predilectos.
También aprendimos que somos frágiles. Y no solo los individuos: hasta los Estados más poderosos se vieron sorprendidos y poco pudieron hacer para salvar a los miles de ciudadanos que empezaron a enfermar y a morir. Un aire sombrío y apocalíptico se posó sobre el mundo. Los líderes políticos quedaron en un escenario dificilísimo.
Las desigualdades sociales se hicieron más notorias que nunca y tuvieron que sacudir las arcas de sus naciones para sostener a las empresas y darles de comer a los más necesitados. Y todo esto enfrentados a una presión y escrutinio público sin precedentes de una generación informada que ya no traga entero y que cada vez les exigirá más a sus gobernantes. Los líderes que asuman el poder en la postpandemia tendrán que comunicarse de otra manera con sus ciudadanos.
Pero más allá de lo que el Estado pudiera hacer, la responsabilidad individual ha sido más importante que nunca. De hecho, una de las palabras más usadas este año ha sido “autocuidado”. Y aquí nos queda un aprendizaje que nos ayudará a salir del subdesarrollo: sepultar la idea de que toda la responsabilidad recae siempre en el alcalde, en el gobernador, en el presidente de turno, y nunca en el ciudadano. Asumir las pequeñas y grandes responsabilidades individuales cambiará el devenir de nuestro país, y del planeta entero.
Después de esto ya no nos sentiremos más imbatibles, todopoderosos, eternos. Somos frágiles, ya lo sabemos. Después de esto tendremos que cuidar mejor de nuestro medioambiente y de nuestra salud, valorar los detalles más pequeños y bellos de la vida, agradecer más y quejarnos menos.
Si después de esto salimos iguales, como si nada hubiera pasado, perdimos este año. El ser humano, aunque no parezca, siempre ha aprendido de sus crisis, y hasta hoy ha salido de todas: guerras interminables y sangrientas, hambrunas, miserias, pandemias (incluso más feroces que esta). Después de cada una, la humanidad fue un poco mejor, lejos, por supuesto, de la perfección, pero algo mejor.
Confío en que esta no sea la excepción: que el 2021 sea mejor. Más aún: que nosotros seamos mejores, que las generaciones futuras sean mejores que la nuestra. Viene ahora un lento proceso de levantamiento: sanear la economía para que vuelva a marchar y crear empleos, sanear la conciencia para canalizar toda esta experiencia, sanear los sistemas políticos para lograr sociedades menos desiguales y sanearnos como humanidad para que la próxima crisis nos tome más preparados.
*Master en comunicación estratégica, profesional Comunicadora Social- Periodista, asesora política y relacionamiento público y experta en marketing político.
Facebook: Yessica Molina