Por Carlos A. Gómez/ Los Guanes eran indígenas pacíficos e industriosos que ocupaban un gran reino desde Charalá, pasando por Socorro, el gran cañón del Chicamocha, Zapatoca, La Mesa de los Santos, el bello valle de Piedecuesta y hasta la meseta de Bucaramanga.
Las quebradas montañas de todo ese territorio les sirvieron a los Guanes para cultivar y mantener los espacios necesarios para la adoración. Vivian en monogamia, fabricaban en barro sus artesanías, cultivaban el algodón, particularmente en el altiplano de Bucaramanga. Esa zona era cubierta por topos blancos con los que fabricaban sus prendas de vestir.
En las selvas del Opón y las de Lebrija se extendieron sus territorios, donde realizaban grandes recorridos para enfrentar a los no reconciliadores Yariguíes. Al sur, los Guanes convivieron con los Saboyaes y los Agataes, quienes con sus rasgos faciales exhibían su firmeza y dureza. Vecinos difíciles. Libres en sus territorios, no se detenían para adorar a sus dioses o a sus símbolos; cada oportunidad de adoración era una festividad.
Lejos iban para negociar un poco de sal en Zipaquirá. Si era necesario ir hasta el Magdalena medio para comercializar telas o las artes metálicas, lo hacían con el propósito de mantener las relaciones comerciales y pacíficas que eran necesarias. Muchos siglos pasaron sin poder escuchar el lenguaje de los Guanes y de otras culturas. La conquista imperó no solo en colonizar «nuevas tierras» sino que olvidó dejar el registro de la lengua de nuestros padres.
Parte de la historia de los Guanes y otros está olvidada en algún museo poco frecuentado. Vasijas, ropas y huesos cuentan la historia en silencio de lo que fue el inicio de nuestras ciudades.
La nueva ciudad de los Guanes, hoy convertida en la ciudad de los parques, tiene bajo suelo la sangre de quienes lucharon y presidieron para ofrecerles a sus descendientes un reino que ya no existe. Confundidos por la nueva civilización que traían los conquistadores, ahora sus rasgos faciales serían combinados para ofrecer una generación mestiza, la tez de su piel y hasta sus creencias pasaban a ser del «primer mundo». Ya no serían más hijos del sol, sino hijos de Dios.
En la fría Pamplona, el 4 de noviembre de 1622 se firmó lo que sería el comienzo de Bucaramanga bajo el dominio del reino español, con una presentación laureada de un doctor de apellido Villabona y Zubiaurre, al parecer, consejero de su majestad. Visitador general de las provincias de Tunja y Pamplona, además de juez por comisión, presidente, gobernador y capitán general del nuevo reino a quien le advirtieron que según visitas en el territorio y como testigos los indios lavaderos que trabajaban en Río de Oro y habitantes del pueblo Cachagua, ellos no tenían ningún tipo de adoctrinamiento ni sacerdote que les ofreciera los santos sacramentos ni mucho menos quien les instruyera en la fe católica.
Ni a los indios lavaderos que trabajaban a orillas del Río de Oro, ni a ningún otro, se les permitió que volvieran a sus pueblos para evitar que continuaran sus ritos de idolatría y borracheras que, según los enviados por su Majestad, constituían una ofensa a nuestro Señor. Así fueron los comienzos de Bucaramanga.
Andrés Páez de Sotomayor y otros llegaron con órdenes de construir una iglesia, para que por todo un año se pudiera adoctrinar a los indios y con ellos a los negros esclavos. Las cuadrillas que laboraban en el Río de Oro y que conformarían las minas a los alrededores de Bucaramanga debían tener todo lo necesario para que construyeran la iglesia, la casa del adoctrinador y las casas de los indios. Los esfuerzos serían gratuitos, no se les debía dar paga alguna. Los indios estaban impedidos y eran viejos, se solicitaba mantener a las criaturas e indias preñadas con alguna comodidad para mantener la paz.
Alrededor de la iglesia entonces estarían las casas de los indios; los solares y parcelas se iban a convertir en barrios, con casas y bohíos. Los parientes de ellos debían vivir cerca para que ayudaran a mantener sus necesidades si se presentaban.
El 22 de diciembre de 1622 presentaron informe sobre los acontecimientos importantes ocurridos en Bucaramanga: la iglesia estaba terminada y con su sacristán. El techo de la iglesia era de paja, las maderas eran de buena calidad, tenía varas y vigas. De largo tenía 110 pies (más o menos 33 metros) y de ancho 25 pies (más o menos 7 metros). Ya acudían a la misa los indios y negros esclavos. Se les repartieron resguardos: los espacios iban desde una loma que llamaban Chitota hasta una quebrada de nombre Namota y hasta la quebrada Zapamanga. Luego la tierra otorgada para los indios y negros esclavos iba hasta llegar al rio Suratá. Allá tenían cultivos de maíz y yuca. Andrés Páez de Sotomayor dijo que la tierra era útil, buena y sana para sembrar.
Espere la segunda parte el 29 de diciembre.
*Ingeniero Industrial – Magister en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.
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