Por: César Mauricio Olaya/ En un chat de WhatsApp al que pertenecemos un buen grupo de excompañeros graduandos del Colegio La Salle, todos por supuesto hoy superando el medio siglo de vida y por ende, colegiales de plena juventud en la década de los 70´s, poníamos sobre el tapete historias vividas en esa época en que todavía se jugaba en las calles a las banquitas, donde lo más cercano a una revolución digital lo representaba la llegada de la televisión a color y el famoso Betamax que nos permitía ver películas sin salir de casa.
Bucaramanga seguía siendo la pequeña villa de todos los recuerdos y añoranzas, donde todos sabíamos del vecino y a la mayoría saludábamos por el nombre, la dirección se daba por señales (dos cuadras arriba del Parque Turbay, doblando por la tienda de Don Luis, la casa que queda en frente a la de doña Rosita, etc). En materia de infraestructura vial, se terminaba de construir la diagonal 15, el viaducto García Cadena y la Avenida La Rosita. Los conjuntos residenciales tenían como referente a Conucos y los primeros que empezaban a levantarse en Ciudadela Real de Minas, que todavia mantenía huellas vigentes del antiguo aeropuerto Gómez Niño. Los edificios famosos eran el de Cabecera I Etapa, edificio Leo y el Santa Lucía. El Instituto de Crédito Territorial fomentaba la construcción masiva y en los antiguos cultivos de caña de la finca El Diamante de la familia Tristancho, nacían barrios como Diamante, San Luis, Conucos y Terrazas.
Los llamados ‘bobos’ seguían con alguna vigencia y se reconocían en las calles; Satélite que era el más agresivo de todos junto con la Cucaracha. Otros muy simpáticos como Mimimota. Algunos trasguesores de las ‘buenas costumbres’ como Pajitas. Marujita, el primer homosexual e incluso, uno que otro conocido como Mamatoco, una de las primeras víctimas de la droga que ya comenzaba a asomarse y claro, unos si bien para nada bobos, eran símbolo de reconocimiento como Ladislao Gutiérrez Bautista con su LEA’, mensaje escrito en las calles de la ciudad y el popularísimo Cachitas que con sus congas iba de sitio en sitio llevando su mensaje sonero y rebosante de alegría.
La ciudad tenía un movimiento cultural y artístico de respeto, que en medio de lo curioso que podía verse por sus expresiones a veces transgresoras de lo ‘bien visto’, a la hora de las evaluaciones necesariamente marcaban pauta. Nombres como Mantilla Caballero, Máximo Florez, Mario Hernández Prada, Ruben Carreño y mujeres como Aurora Bueno, Elsa Rey, Clemencia Hernández y Esperanza Barroso llevaban en el ámbito local la delantera en fuerte pulso con los clásicos como Mario Álvarez, Óscar Rodriguez Naranjo y Agelvis, que se negaban a dejarse vencer por la fuerza de la juventud. Eran los tiempos del naciente Dicas, que para muchos era el espejo de la perdida juventud con sus cabellos largos, pantalones de tela Terlenka de bota campana, los porros de marihuana y la idolatría a los Beatles y los Rolling Stone.
En el periodismo los nombres de algunos comunicadores eran causa de respeto tanto por la grandeza y elocuencia de su pluma, como por su talla ética que los hacía ser una especie de faros de la opinión; entre muchos Alejandro Galvis Galvis director y propietario de Vanguardia Liberal, Próspero Rueda codirector del mismo periódico y Luis Enrique Figueroa Rey con su imbatible record de escribir una columna diaria durante más de 30 años de manera permanente.
Los sitios nocturnos no eran muchos; la discoteca Eva y El Pulpo eran los número uno. Los populares muy frecuentados como El Venado de Oro y El Everest y claro, sobraban los buenos restaurantes como el Mateo, La Puerta del Sol, El Padrino y el Tony, estos últimos famosos desayunaderos.
Los gobernadores de la época eran nombrados por el Presidente y estos a su vez, asignaban los alcaldes de los municipios. Los concejales y diputados ascedian a esos cargos por méritos y no recibían contraprestación económica por servirle a la ciudad y al departamento, como mucho era su plataforma política ideal para darse a conocer. Nombre de grata recordación en la memoria de la ciudad como Alfonso Gómez Gómez, Ambrosio Peña o Plinio Silva Marin, dejaron un legado en obras y planeación de ciudad, donde lo que menos primaba era el famoso CVY que hoy ha hecho carrera.
A las miradas de hoy, una crónica urbana de la Bucaramanga del 2020, además de tener que destacar los cambios que trajo consigo la aparición del fantasma terrorífico del Covid-19, tendría que hablar de temas como una ciudad sin nombres y sin dolientes, una ciudad de todos, pero al tiempo de nadie. Caos vehicular e imposición de sistemas como el de la ciclovía, ajeno tanto a la cultura, como a la facilidad topográfica y climática que favorezca su generalización.
Una ciudad donde sus gobernantes son elegidos por el ruido que generen con sus salidas de tono y sus propuestas mentirosas que caen perfectamente entre la ignorancia y la esperanza de sus habitantes. Una urbe que crece desordenadamente, donde las motos son el primer medio de transporte y donde se intentó implementar un sistema de transporte masivo que no resultó, por la misma razón que sucedió con las ciclovías, se hizo impuesto y no como pedido de una comunidad.
Una ciudad con muy pocos espacios culturales, mínima oportunidad para el arte y mucha para el desorden social, la promoción del licor y de los vicios. Parques descuidados, calles tomadas por el caos, ruido descontrolado, sin líderes visibles y con un aire cada día más dificil de respirar entre el smog y los olores ofensivos.
Veremos si cuando este cronista esté transitando por los caminos del Oriente Eterno y se hagan crónicas del recuerdo de esta época, pueda darse una visión más optimista que la que hoy tiene quien redacta estas líneas y que hoy puede asegurar sin vacilar, que todo tiempo pasado fue muchísimo mejor.
*Fotógrafo
Twitter: @maurobucaro