Por: Javier Quintero Rodríguez/ Solomon Guggenheim fue un empresario, filántropo y coleccionista de arte estadounidense de la primera mitad del siglo XX. En 1937 creó la Fundación Solomon R. Guggenheim para impulsar la apreciación del arte moderno y en 1939 abrió el Museo de Pintura No-Objetiva que a la postre sería renombrado como el Museo Salomon R. Guggenheim en Nueva York, hoy en el cruce de la 5a avenida con la Calle 88, frente al Central Park y uno de los edificios icónicos y más reconocidos de la época, diseñado por el arquitecto Frank Lloyd Wright.
En los años 90, el gobierno vasco en España, en una cruzada por convertir a Bilbao, una ciudad que no destacaba demasiado en el ámbito internacional, en un referente urbanístico, arquitectónico y cultural, se apalancó en el nombre Guggenheim y el del arquitecto Frank Gehry. Así nació el Museo Guggenheim Bilbao, modificando el paisaje de la Ría, la zona del puerto fluvial de la ciudad. La monumental construcción ganadora de todos los premios y reconocimientos, que aloja importantes obras españolas y del mundo, terminó cambiando la vocación de toda una ciudad, pasando de ser eminentemente comercial, a convertirse en una visita obligatoria cuando se trata de arte y arquitectura en España y en Europa.
¿Cómo pasó esto? En 1997 el gobierno vasco le sugirió a la Fundación Guggenheim que abriera un nuevo museo, comprometiéndose este gobierno a cubrir los 100 millones de dólares que costaría la construcción, a pagar unos honorarios de 20 millones a la Fundación, y a subsidiar los 12 millones de dólares anuales en gastos de funcionamiento del museo. Con una visión clara de lo que se quería para la ciudad y la región, una decisión política tomada con ingenio terminó poniendo a Bilbao en el mapa mundial, las ganancias culturales se sumaron a las económicas y las sociales y hoy el es todo un caso de estudio que nos aporta valiosas ideas.
El costo de la construcción, incluyendo el pago a la fundación, no supera al cambio de hoy, los 500.000 millones de pesos, que si los contrastamos con su tasa interna de retorno, terminaron siendo muy poco. Es decir, lo que el turismo y otros efectos colaterales positivos le han devuelto a Bilbao y la región vasca durante las últimas dos décadas, superan con creces esta inversión. En definitiva, un gran ejemplo de gasto público inteligente y una muestra clara de visión y liderazgo, diferente a algunos remedos de proyectos de turismo que vemos construirse por estas latitudes cada cuatro años, con poco o nada para mostrar en resultados.
¿Qué podríamos aprender del Efecto Guggenheim? En primer lugar, que los proyectos públicos no pueden ser caprichos de un gobernante ni deben servir para alimentar egos. Debe haber decisión, pero debe llegar después de abrir espacios para debate, para las ideas y para llegar a acuerdos; es así como nace el ingenio colectivo. Además, creo que la evaluación de proyectos públicos en Colombia ha mostrado más flaquezas que fortalezas porque los datos proyectados no tienen verdadero sustento y cuando en la metodología MGA, que es la obligada por el Departamento Nacional de Planeación, se le quiere subir a la Tasa de Retorno, los datos “se ajustan”, es decir, se machetea. Por eso terminamos, con alta frecuencia, desarrollando proyectos no-rentables ni financiera ni económica ni ambiental ni socialmente.
Otro aprendizaje es que hay que juntarse con los mejores. Para Bilbao no hubo consideraciones distintas a contratar lo mejor de lo mejor, si es que querían llamar la atención del mundo entero. Bien podrían haber hecho un “Nuevo Museo Vasco de Arte Moderno” construido por algún arquitecto local, y habría tenido seguramente mucho valor, pero el salto que se dio con la franquicia del Guggenheim y contratando a uno de los arquitectos mas reconocidos de la época los puso en otro nivel.
Por último, Bilbao nos enseñó a todos que la cultura, el arte y el diseño, al contrario de lo que muchas veces se puede creer, sí pueden ser rentables, pero hay que hacer proyectos que las promuevan en grandes escalas. Nadie viaja para ver un museo en una casa colonial sencilla muy bien aseada, por mas de que tengan un par de Monet y Picasso. Las construcciones deben ser diferentes, novedosas, grandes, estéticas y las colecciones deben ser excelentes tanto en calidad como en cantidad.
Solomon Guggenheim no vive desde 1949 pero estoy seguro de que estaría orgulloso de la transformación de Bilbao y el País Vasco, a través de su nombre, su fundación y de lo que más quiso y admiró en su vida: el arte.
*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror