Por: John Anderson Bello Ayala/ Incertidumbre, desasosiego, angustia… y miedo. Miedo al coronavirus que tiene en jaque al mundo entero y a la salud de todos y cada uno de nosotros, con sus consecuencias más inmediatas.
Nada muy lejano ocurre en Colombia, encontramos a pacientes con cáncer que deben postergar sus quimioterapias, padres que acuden a las urgencias del hospital cuando su pequeño ya tiene el apéndice perforado o los adultos mayores que acuden ante los centros de información de las EPS, expuestos a desafiar las restricciones para lograr una atención oportuna no Covid y sin importar el plantón de la fila interminable a la ineficiencia de los canales virtuales o cansados de escuchar por horas, la voz grabada de la operadora, que le recalcan incansablemente los autocuidados para contrarrestar el virus.
Un gran dilema, deben sobrellevar los usuarios del sistema de salud, si antes era catastrófica hoy no puede ser menor su padecimiento. Estamos en un momento en que enfermarnos será nuestra máxima condena, morir confinados, sin atención y marcados por un supuesto falso positivo, pero lo importante del asunto son los alicientes que a diario se emiten en las alocuciones presidenciales, con aquellas pastillitas de acetaminofén, que guardan el dolor por unos instantes, con la intención de entregar un parto de tranquilidad, a sabiendas que la situación ya hizo metástasis como una enfermedad dañina, en todo el cuerpo del país, desde las aldeas hasta las importantes ciudades.
El súbito aumento de los casos y la escalada de la curva que el gobierno trata de «aplanar», ha llevado a priorizar la batalla contra la desconocida Covid-19, como medida prioritaria desde el momento que se decretó el Estado de Emergencia, fue implementación desesperada y sin buenas prácticas de la telemedicina, para evitar saturar hospitales o poner en riesgo a pacientes vulnerables.
A una realidad inalcanzable, las tendencias de la telemedicina en un país como Colombia no son fáciles, debido a dos factores, uno negativo y otro positivo. El negativo radica especialmente en que en general se han realizado más experimentos áreas que, montajes ortodoxos de sistemas de telemedicina realmente funcionales. Sin el ánimo de ofender emprendimientos anteriores, se deben mencionar de forma cronológica verdades palpables ocurridas en diferentes zonas del país.
En un principio, buscaron cubrir una necesidad evidente de atención médica especializada en los Llanos Orientales, la cual quedó truncada desde la misma gestación del sistema, y no debido a falta de entusiasmo por una serie de académicos con buenas intenciones.
Su fracaso se debió exclusivamente a ausencia de apoyo económico estatal, lo cual después de un esfuerzo monumental por parte de los primeros, ocasionó que la implementación, si bien no cumplía con los cánones internacionales, quedara a la deriva dejando la tecnología prácticamente abandonada, que en su momento paliaba en algo la atención médica en zonas realmente vulnerables.
De otra parte, un departamento de Colombia, de una gran extensión geográfica, donde se instaló por parte del Estado un sistema de telemedicina en 29 hospitales municipales hace 11 años, con ocho servicios especializados, equipos y software biomédico que cumplían con los cánones internacionales, luego de tres años de un exitoso funcionamiento terminó completamente abandonado gracias a la desidia y la corrupción.
Ahora, como medida desafiante para contrarrestar el contagio, se pretenda implementar la telemedicina para todos los sectores, es absurdo si en los proyectos pioneros ha sido un fracaso por falta de interés estatal y de cobertura tecnológica, hoy se pretenda instituir un modelo de atención para los más vulnerables intempestivamente, intentando acabar la supuesta tramitología, o copiando el sistema de países desarrollados, si bien es cierto, es un sector de los más rentables para los corruptos.
Si se observan naciones como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Australia, por citar algunos ejemplos, que poseen sistemas de telemedicina exitosos, esto es consecuencia directa de políticas públicas en las que los gobiernos promueven y alientan a las instituciones de salud privadas robustas económicamente a llevar a cabo este tipo de emprendimientos, aclarando que en la actualidad pueden darse el lujo de focalizar la atención a través de telemedicina en especialidades puntuales a poblaciones segmentadas.
Naciones como Colombia tienen que englobar para su población sistemas de telemedicina integrales, con un número de especialidades médicas basadas en la morbi-mortalidad acentuada de sus habitantes, es bastante complicado llegar a esos avances, más cuando estamos expuestos a la constante ola de corrupción, en donde sólo les importa aumentar la cobertura sin mirar la atención de las enfermedades sus pacientes.
Recientemente, el Ministerio de Salud y Protección Social, reveló ante los medios de comunicación un aumento exponencial de tutelas correspondientes a la vulneración del derecho fundamental a la salud. Lo paradójico del caso es que un alto porcentaje de los reclamos realizados por los tutelantes estaban dirigidos al no otorgamiento de citas médicas con especialistas y a la no entrega de medicamentos, en zonas rurales del territorio colombiano.
Lo cierto, es que hoy los colombianos, no seremos atendidos en los hospitales, más cuando la sintomatología es no Covid, asumamos la telemedicina ortodoxa, como aquella atención por un profesional de la salud, que en menos de dos minutos, considera un diagnóstico supuestamente válido a sus dolencias.
Para finalizar, con el panorama descrito y la complejidad burocrática inherente a la salud, frente a la cual la vigilancia de los entes de control sobrepasa los problemas actuales, desafortunadamente la tendencia en la implementación de sistemas de telemedicina ortodoxos, para la población colombiana, especialmente para el sector rural y vulnerable de bajos recursos económicos, está lejos de ver la luz al final del túnel, en estos momentos de crisis.
*Abogado Especialista y Magister en Derecho Administrativo.
Correo: john5_1@hotmail.com