Por: César Mauricio Olaya/ Voy a empezar por pedirle a cada uno de los lectores que detenga la mirada en esta fotografía que abre esta reflexión, solo por un momento: 10, 20, 30 segundos o el tiempo que juzgue necesario para invocar un efecto que en comunicación se llama feedback o posibilidad de respuesta.
Juana Alicia, Edilsa, Rosalinda, Eulalia son sus nombres y las cito solamente para saber que existen; que por lo menos hacen parte de este golpeado país que pareciera no querer salir del oscuro túnel donde los ¨matarifes¨ persisten en que permanezca, a sabiendas de que los créditos del miedo, del terror y de la sangre, proveen lo que el mago de la caricatura en Santander, Kekar llama con su particular sarcasmo: “más acres”.
A ciencia cierta; sus rostros, bajo el argumento de los cuidados de la pandemia, deberían estar ocultos; sin embargo, como lo dice una de ellas, ya no hay miedo porque aprendieron a verlo como parte de sus vidas, a fuerza del dolor de ser rostros vivos de uno de los capítulos más crueles de la violencia en Colombia, en el escenario de muerte y desplazamiento que vivieron miles de compatriotas de la amplia región de los Montes de María en el Departamento de Bolívar.
Hecho esta debida contextualización, vuelvo al lector para invitarle a preguntarse y a reflexionar por el mensaje que le pudo haber transmitido cada uno de estos rostros: ¿dolor, impotencia, miedo, alegría?… ¿Alegría?
Vamos por partes. Dolor es lo que les sobra, pues todas sin excepción tienen un doliente por el cual pagaron lágrimas; qué sin saberlo, mientras por sus rostros de angustia resbalaban de manera incontrolada; en otra latitud distante, por ellas brindaban en los elegantes salones de un club social capitalino, muchos de los políticos y señores aparentemente respetables que le apostaban al camino de la guerra y de la muerte, como medio reivindicativo de sus intereses mezquinos.
Miedo lo vivieron a diario. Lo vivieron cuando el rumor les llegaba de que la gente de Juancho Dique venía en camino, pues bien sabían que esos 200 hombres que conformaban uno de los tantos frentes paramilitares bajo el mando de los hermanos Castaño y sus “socios” de club, no tenían el menor respeto por la vida y, por el contrario, se regodeaban en sus narraciones cada vez más sangrientas, de la manera como imponían su gobernanza en esas montañas olvidadas por el Estado.
“Como no sentir miedo después de ver morir a un hermano, cogido de los brazos por dos hombres, mientras un tercero hacía que el perro que siempre lo acompañaba, le devoraba en vida su rostro”.
Impotencia de saber que cuando se tocaban las puertas de las autoridades, no solo eran escasamente escuchadas con desgano, sino que de paso estaban firmando el acta de su propia defunción, pues más se demoraban en salir de exponer sus casos, que en ser notificados de que debían desocupar de inmediato el pueblo o atenerse a las consecuencias. Impotencia de caminar noches enteras y esconderse de día, con la alta probabilidad de qué en la siguiente vuelta del camino, se encontrarían de cara con la muerte vestida con el peor y más macabro de sus trajes.
Y de pronto, encontrar un rostro de alegría que inquietaba por lo contradictorio que podría leerse. “Río señor porque estoy viva. Río porque sueño conque eso que vivimos nunca más se repita. Río por los que ya descansaron de todo esto que nos pasó, sin saber por qué”.
En seguida, su sonrisa se pierde y su mirada vuela en los recuerdos: ¨yo tenía unos seis años cuando ellos llegaron allá a Las Brisas, donde vivíamos y estuvieron toda la noche de fiesta. Dicen que violaron muchas mujeres, pero yo no vi nada de eso. Luego llegó la muerte y a todos nos tocó ver como a mis hermanos Alfredo, José Joaquín y Fernando y otros diez más, los iban poniendo en fila y les hacían colocar la cabeza contra una piedra que pusieron en la cancha de baloncesto y el ¨negro¨ les descargaba una maza y los volvía papilla¨.
¿Miedo no tienes hoy de esos recuerdos, ganas de vengarte de los que hicieron eso?
“No puedo tener miedo porque eso ya pasó. No quiero venganza porque con venganza ellos no van a resucitar”… Vuelve a sonreír.
Ahora amigo lector, ya tiene usted la lectura completa a su primera lectura. Por esta y mil historias contadas o por contar, cuando usted se introduzca en la historia seriada titulada Matarife, lo convoco a que vuelva a recordar estos rostros y estas historias. Directa o indirectamente tienen mucho que ver con lo que allí se denuncia.
El mensaje es reiterarles que Colombia no puede admitir que en su historia futura vuelvan a escribirse estos capítulos que deshonran la condición humana. Sin embargo, la única manera de secar esta tinta que tiñe de sangre y dolor el alma de víctimas y victimarios, es entender plenamente los alcances y el significado de saber perdonar.
*Fotógrafo.
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