Por: Diego Ruiz Thorrens/ Estoy enfadado, o como decimos coloquialmente, emputado. Caray, no llevamos ni dos meses de confinamiento y el país despierta, casi todos los días, con alguna noticia relacionada con actos de corrupción o malversación de recursos, donde algunos sectores encuentran modalidades (algunas bastante exóticas) para desfalcar lo poco (¿o mucho?) que queda mientras nos refuerzan la idea de “no existe, no hay nada peor que lo que vivimos por culpa del coronavirus”. ¿Esto es en serio? ¿Insistiremos en el argumento del “menor de los males” para justificar los demás males que golpean al país?
Aclaro, no desmerito la dimensión de gravedad que tiene el Covid–19 en la salud mundial. Soy testigo de ello (tengo varios amigos, tanto en el país y el extranjero, que han muerto por culpa del virus), pero me molesta que mientras nos recuerdan cuán vulnerables somos, el país se autodestruye en modo corrupción.
No entraré a enumerar todos estruendosos escándalos del gobierno en tiempos del Covid–19. Con las terribles fallas del ingreso solidario; el ensordecedor silencio ante el incremento en el número de líderes y lideresas sociales asesinados en sus propios hogares en tiempos de la pandemia; las filtraciones del ejército a personalidades públicas; la compra innecesaria de carros blindados y tanquetas para la fuerza pública; el (posible) escenario donde miles de millones de pesos irán a las arcas de las empresas privadas o el innecesario contrato para “mejorar” la imagen del presidente Duque, son más que suficientes para sentir malestar.
Santander no escapa a la corrupción en tiempos del Covid-19: al menos 10 administraciones municipales se encuentran envueltas en bochornosos escándalos por sobrecostos en la compra y entrega de mercados. Esto es sencillamente devastador.
Rionegro, El Socorro, El Playón, Sabana de Torres, Puerto Parra, Cimitarra, Landázuri, Lebrija, Piedecuesta y San José de Miranda son los municipios con investigaciones por sobrecostos. ¿Faltará algún municipio más?
Mientras tanto, distintas fundaciones y organizaciones no gubernamentales que trabajan de sol a sol en pro de los derechos humanos, de las víctimas del conflicto armado, de las mujeres víctimas de violencia de género, de las poblaciones LGBTI entre otras siguen a la espera de los supuestos apoyos que hasta el momento no han aterrizado. “Apoyos” que fueron publicados en redes y canales de comunicación, manifiestos por Alcaldes, Gobernadores e incluso por la misma Ministra del Interior, Alicia Arango, y que tendrían como fin amortiguar el impacto del hambre y la pobreza que vendrían con el aislamiento obligatorio.
La infección por Covid-19 puede significar la muerte para un amplio sector poblacional. Si este grupo de personas (mayores de 70 años, con comorbilidades como diabetes, problemas respiratorios o cardiacos, pacientes con inmunosupresión) en un escenario real, llegasen en masa a contraer el virus, podrían perfectamente colapsar el sistema de salud.
A esto, adicionemos que, sin una adecuada alimentación, el panorama en salud pública seguirá empeorando aún más. Y si la corrupción sigue golpeando los recursos destinados para los más necesitados, el proceso de declive social se acelerará, debemos comprenderlo. Esto es lo que pareciera no comprender los amigos del dinero ajeno, del dinero que nos pertenece a todos: que los recursos públicos son sagrados.
¿Seguiremos insistiendo en el argumento del “menor de los males”? A pesar que odio, detesto las comparaciones, les tengo una noticia: estamos peor que muchos de nuestros vecinos. Pero algunos persistirán en vendernos la idea que nuestro país va hacia delante, por encima de muchos países de Latinoamérica (incluso de Europa). Falacia diseñada para incrédulos pero que muchísimos siguen absorbiendo con brutal facilidad, igual que cuando quisieron vendernos la mentira que éramos (o seguimos siendo) el “país más feliz del mundo”.
Sí, existe algo muchísimo peor que el Covid–19: la corrupción. Solo espero que cuando todo esto pase conservemos la capacidad de recordar cómo y de qué forma vivimos (y sobrevivimos) a esto. Puede ser que este escenario post apocalíptico sea el necesario inicio para transformar la nefasta realidad, esa que ya nos cobijaba, pero que pareciera deseamos no querer verla.
*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del Posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Santander.
Twitter: @Diego10T