Por: John Anderson Bello Ayala/ No hace mucho tiempo, Byung-Chu Han–el filósofo surcoreano de moda– escribía que la “era inmunológica” se encontraba agotada y presenciábamos su ocaso, pero se mantendría en estos tiempos el “paradigma inmunológico”, el intelectual se refería a la lógica amigo-enemigo, que permeó la política del siglo XX, un período en donde las ideas se cristalizaban en las guerras, soldados refugiados entre las trincheras, esperando cualquier suspiro o descuido de su oponente, para darle paso a su mejor estrategia. Lo cierto es, que los caprichos del sistema hacia la predominancia de un nuevo modelo económico mundial, impactó un sin número de inocentes que simplemente cubren tierras de olvido.
Esa fase histórica en la que entender a los otros como extraños, era el primer paso para construirlos socialmente como enemigos. -Una época en que el otro podría significar riesgo o peligro-.
Lejos estamos del fin de ese “paradigma inmunológico”. Como sociedad, hoy vivimos situaciones de incertidumbre y zozobra, aún seguimos construyendo culpables, enemigos y detonantes reacciones inmunológicas frente a la extrañeza y la otredad. La pandemia del Covid-19, ha traído consigo episodios de violencia y señalamiento social hacia un sector de la población: los profesionales y trabajadores del sistema de salud.
Desde el surgimiento de los primeros contagios, el personal médico, en especial de enfermería, han sido objeto de agresiones en los centros hospitalarios, en la vía pública o en sus domicilios; agresiones que no solo han sido verbales, sino también físicas: desde amenazas en sus residencias hasta ataques directos, por ser considerados un riesgo de contagio.
Sin mencionar los recientes episodios, publicados en las redes sociales, donde se evidencia el rechazo de una sociedad ignorante y ciega, que repudia el ingreso de estos grandes batalladores a los almacenes de abastecimientos y hasta el punto de abordarlos para rociarlos con cloro intempestivamente sobre su integridad. Todo un sin número de actos discriminatorios y violentos generados por la ansiedad de supervivencia.
Considerar que en pleno XXI, en donde se ha logrado grandes avances en la lucha contra la discriminación, en el que superamos esos estereotipos ideológicos, religiosos y culturales, infundados por un pensamiento tradicionalista e imponente, hacia un nuevo esquema de derechos, en que la raza humana puede ser considerada como una paleta de colores, todos diferentes, cada uno con una cualidad especial, ninguno igual, pero todos con la misma categoría, que al final nos hace ser más humanos en nuestros pensamientos y decisiones.
Es ilógico que hoy, se construya un nuevo perfil discriminatorio hacia todo un sector, que a través de los años ha sido golpeado por la cruel e insensata realidad, siempre doliente a un sistema que cierra los ojos, que enfrenta los problemas propios de una administración pública anquilosada, penetrada por la corrupción y con demasiadas resistencias.
En este escenario de incertidumbre y desasosiego que resulta difícil generar confianza hacia sistemas abstractos como ese llamado ciencia. Es en este escenario, en donde resulta el miedo como apremiante, pero complicado, darle sentido a lo inconcebible, a lo súbito y extraño que resulta todo. No olvidemos que en pocos días el distanciamiento social —que se convirtió en confinamiento— nos cambió la vida.
No es realista esperar que los individuos tomen decisiones más informadas (racionales, dirán algunos) en contextos que las tecnologías de la inmediatez, nos inundan con noticas falsas. Aquí cabría preguntarse, ¿Con qué herramientas y materiales contamos los individuos para ordenar el caos, disciplinar las sensaciones y sosegar actitudes discriminatorias?
El contexto actual es inédito: el sistema enfrenta una pandemia, como no ocurría en cien años y de la que aún sabemos poco.
Todas estas variables son condiciones como se ha puntualizado en un reciente informe del Ministerio de Salud de Colombia, “las próximas semanas serán críticas y el sistema de salud enfrentará una fuerte presión externa en condiciones internas de debilidad extrema” y sin dejar a un lado, los profesionales de la salud, que obligatoriamente enfrentan el gran desafío de la luchar contra la muerte, sin las condiciones laborales en materia de bioseguridad y sumado a ello, la preocupación de quienes los rechazan por ejercer su profesión.
Desafortunadamente la violencia contra el personal sanitario no es un problema regional y coyuntural, sino global y sistémico, generado por ese intenso miedo y ansiedad; pero al igual existimos muchos racionales, que, entre aplausos y mensajes de agradecimiento, mostramos nuestro respaldo, motivamos su buena labor. Es así que poco a poco, vamos eliminando ese “veto al personal de blanco”. Como sociedad, es necesario comprometernos, pero no basta con romantizar una profesión. No basta con exaltar la solidaridad de la población.
Lo que se necesita es discutir la realidad, eliminar de nuestros conceptos ese nuevo estereotipo discriminatorio e injustificado en épocas de pandemia, censurar esas actitudes negativas y recuperar ese papel protagónico que a través de los tiempos ha adquirido el médico o la enfermera, rescatándolos de la precariedad laboral en el que viven sumergidos y condenados.
Sumando a ello, exigiendo una política de reinvención de nuestro sistema de salud, pues los acontecimientos actuales deben ser vistos, como signos que acusan la necesidad de implementar no sólo leyes y sentencias que obligan a cumplir el derecho fundamental, sino un verdadero pacto que involucre todos los sectores, que logre como resultado, mejorar la calidad de vida de los pacientes y de quienes se enfrentan, en tan valiosa batalla a la invisible y auténtica muerte.
*Abogado Especialista y Magister en Derecho Administrativo.
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