Por: Paola Guarín/ El tráfico de publicidad reflectiva, el parque automotor y las luminarias utilizadas en algunas ocasiones para la modificación de vehículos, se convierten hoy por hoy en un problema silencioso, que afecta al entorno biológico social de las ciudades más importantes del país, generando un evidente impacto ambiental dando pie a un alto grado de contaminación lumínica, donde solo los ciegos pueden ignorar este tema.
La deficiente prestación de servicios como sucede en algunas zonas, la cobertura del alumbrado público coadyuva a este flagelo ambiental denotando nichos de inseguridad, pues para nadie es un secreto que de noche los gatos son pardos y la delincuencia brilla con virtud.
Es urgente e inmediato que se ejerzan controles y se condicione el espacio público, las vías nacionales e Intermunicipales, zonas peatonales y espacios verdes garantizando un verdadero confort de luminaria pública sin guardar desproporción al equilibrio ecológico y salud visual de las diferentes comunidades que conforman el tan anhelado desarrollo sostenible.
Por otra parte, las autoridades de tránsito y trasporte en su proceso de control y vigilancia deben garantizar que los automotores, sea cualquiera de sus dimensiones, y las motocicletas cuenten con las luminarias permitidas sin exceder los estándares establecidos por la norma técnica nacional, pues la seguridad vial es un tema que cobra especial relevancia en hechos trágicos como accidentes automovilísticos, entre otros.
La contaminación lumínica también afecta el desarrollo productivo de especies nocturnas, pues esto ocasiona que estas migren de su hábitat natural, causando impactos significativos que desequilibran el ciclo natural ecológico especialmente la polinización.
Un ejemplo del tema es el modelo de orientación que usan los insectos toda vez que al volar lo hacen en alguno fijo a la luz de origen siendo normalmente la luna, con las luces artificiales cambian su ángulo de vuelo hacia las luces artificiales y quedar atrapadas allí.
Estos pequeños indicios concluyen que los mínimos cambio ecosistémicos repercuten en grandes impactos de desequilibrio ambiental del que somos partícipes todos sin discriminar posiciones religiosas, sociales, económicas o culturales.
La herencia que debemos dejar a nuestras próximas generaciones es construir un legado de conciencia ambiental donde se tengan en cuenta los diferentes focos de contaminación y apliquemos prácticas más limpias y amigables en nuestro hábitat.
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