Por: Luis Eduardo Jaimes Bautista/ Los tiempos son los mismos. Se vive en un presente, un pasado y un futuro. Lo único que cambia son las fechas. La realidad seguirá para quienes están vivos la misma, esta no se oculta. Somos nosotros los que la negamos, cuando elegimos a los representantes para que dirijan nuestros destinos y más cuando entregamos en administración, las acciones y los pensamientos en la base social de la (des) construcción de un estado social de derecho como es Colombia y su economía.
En plena “sociedad del espectáculo”, al compás del sensacionalismo de los medios de difusión masiva (en algunos casos con responsabilidad cuando se denuncia ante la opinión pública) bajo control monopolítico privado, los grandes grupos de la economía criminal son el lado oscuro, subterráneo de la tolerancia, cuando se grita a los cuatro vientos la paz.
Colombia viene de guerra en guerra negociando y qué ha ganado, siempre el pueblo de bajos recursos, los líderes, los campesinos e indígenas son los que han perdido y siguen perdiendo, en este sistema capitalista de los buenos y los malos. Supuestamente los buenos: la oligarquía, millonarios, políticos, empresarios.
Y los malos, los grupos que están por fuera de la ley: Narcotraficantes, guerrilla, paramilitares y grupos organizados en la extorsión y la minería. Los de la moral, lo amoral, lo legal y lo ilegal, que siempre se reseña en los anales de la historia que constantemente se repite, con una premisa que aumentan las muertes violentas.
Estamos viviendo en democracias criminales o mafiosas. El mundo del “crimen organizado” y de las mafias en el mundo del dinero y el despojo de tierras y los intereses económicos del poder y el secreto.
Siempre se ha esperado que el país progrese, en la tranquilidad de trabajar y vivir confiados en quienes gobiernan, pero jamás en esos tiempos y estos tiempos se ha conseguido ese paraíso o purgatorio, sino todo los contrario, el infierno, porque los grupos y mafias de la economía de la violencia criminal se han instalado en el corazón de nuestros sistemas políticos y económicos; no son un fenómeno aislado de la sociedad –una conspiración de maleantes en una estado limpio que los electores han entregado.
Ha permeado este virus y se ha implantado en los sectores cruciales de la sociedad y el Estado: El mundo financiero y de los negocios, el aparato de seguridad y judicial, con el guiño en silencio del mundo político.
Todo esto me conlleva al libro de Julia Navarro, “La sangre de los inocentes”. Es como si esa empresa del crimen, fuera para ellos un fanatismo. Porque el baño de sangre en el país continúa. En solo quince días del 2020, entre dirigentes sociales, líderes cívicos y desmovilizados de las antiguas guerrillas han sido asesinados 19 personas.
Un balance que para el Gobierno a nivel internacional no sale bien librado. Si hiciéramos un resumen, tomando la memoria histórica y los datos que tiene la Defensoría del Pueblo, cada día crecen los homicidios. Así como se construye un país, se colocan la máscara de los buenos, pero siguen en su interior los malos.
El Gobierno conoce, donde está este gran problema. El Sur del país, Cauca, Putumayo, Guainía. Los llanos orientales: Arauca. Antioquía y el Chocó. Norte de Santander y su Catatumbo, toda una ola de calor dentro de un incendio en vidas tenebroso. Acá dentro del Ministerio del Interior y Defensa todo pasa de agache, así se sienta en titulares en otros países los denuncios de la Oficina de la Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
No se debe ser ciego, ni sordo o mudo ante el monstruo que corroe las entrañas de esta amada Colombia, por un Gobierno, que no hace nada, para velar por la vida de los colombianos encerrados en la inseguridad y la criminalidad. Si marchan u organizan sus comunidades, son objetivos militares o se paga para silenciar las ideas, los reclamos y las protestas.
Twitter: @LuisEduardoJB1