Por: John Anderson Bello Ayala/ Las tradiciones navideñas, enmarcan una de las temporadas más coloridas y animadas del año. Es una época caracterizada por celebraciones, sinónimo de convivencia con nuestros familiares y amigos para dar cuenta de los arraigados valores, que le han dado sentido a nuestra cultura. Es así que aprovecho la oportunidad para compartir una de mis pasiones, revivir momentos memorables de la historia de la humanidad, que nos permite reconstruir el conocimiento clave, para reestructurar una sociedad mal hecha; que entre artículos y libros, dejan evidencias un acontecimiento que invade al hombre su gran espíritu navideño, lejos del odio; un brote de paz, en tiempos de guerra.
Era el invierno de 1914, solo unos meses después del inicio de la Primera Guerra Mundial, una mecha se prendió por todo el frente occidental, para dar lugar a uno de los episodios más emotivos, de cuantos hayan acontecido en el marco de un conflicto bélico. No hay lugar para el enfrentamiento y sí para la confraternización de dos bandos antagónicos y unidos por el mismo anhelo, eliminándose las fronteras invisibles. Es nochebuena sin ríos de sangre – un alto el fuego-.
Aquel 24 de diciembre, cuando el intenso frío y la densa niebla aguardaban el silbido de las balas, se vieron sorprendidos por otro sonido muy diferente, el de los villancicos del bando alemán, Stille Nacht, heilige Nacht (Noche de Paz, Noche Amor), al que pronto se unió el de los aliados (franceses, británicos y belgas) y que sirvió de catalizador para crear una atmósfera que hizo posible un verdadero cuento navideño. En ese momento dos enemigos que dejan de serlo para celebrar la fiesta de natividad, apartándose de sus creencias culturales, sólo dejándose llevar por sus sentimientos de fraternidad y hermandad.
Ese gesto espontáneo cargado de melancolía y admiración entre bandos enemigos, por un conflicto, que no tenía ningún tipo de ideales, ni progreso, era una guerra entre potencias imperialistas, que se disputaban el dominio mundial, por sus áreas de gran influencia, marcó un hecho histórico, recordado como “la Tregua de Navidad”, que se inició desde Ypres, localidad belga epicentro del milagro, hasta varios lugares del frente occidental que durante unas horas, incluso días, dejaron a un lado el odio y el rencor, para enterrar dignamente a sus muertos, compartir comida, entonar canciones navideñas, intercambiar regalos y jugar al fútbol; porque el deporte es el atractivo que nos hace iguales entre diferentes.
Durante unos instantes que la mayoría de los protagonistas deseaban que fueran eternos, “el fútbol” terminó de hermanar al bando aliado y al alemán en un terreno de juego improvisado, en el que se disputó un partido que ha pasado a la historia, como uno de los pocos momentos que merecen quedar para la posteridad, de cuantos se viven en una guerra. Lo que los alemanes iniciaron en Nochebuena, tuvo un glorioso epílogo en Navidad, gracias a una pasión puramente inglesa.
La disputa entre ambos contendientes solo fue por un balón y fueron los alemanes, según la leyenda, quienes se impusieron por un ajustado 3-2, un resultado muy diferente al que cosecharían al final de la guerra. Porque en unas horas o en unos días, después de que cesara el estruendo de la batalla, las balas volvieron a silbar hasta 1918; esa fue la última navidad entre las trincheras, puesto que el odio y la avaricia se impusieron definitivamente contabilizando millones de muertos entre cada bando.
La prensa alemana criticaría por su parte el espíritu de la tregua, abochornada por la acción ‘instigadora’ de sus combatientes. Los altos mandos franceses censuraron durante años el acontecimiento, pero lo cierto es, que un grupo de soldados combatientes, entonaron el célebre villancico, como tregua inspiradora del espíritu navideño.
Se rinde este homenaje a los soldados que hace un siglo, dejaron sus armas para compartir la Nochebuena con su adversario, abriendo así un capítulo importante en la construcción de una nueva sociedad más humana, permitiéndoles apartarse de sus pasiones ideológicas y políticas, a un conflicto incomprensible. Que hoy sirva de ejemplo a toda nuestra civilización, especialmente a los jóvenes, responder a esos valores que por tradición están arraigados en la familia, de generación en generación. Valores como la solidaridad, la unión, el amor, la paz y la esperanza, que no solamente lo vivan en la natividad, sino en todo el trasegar de su vida cotidiana.
Posdata: – Desearles a todos felices fiestas y un próspero año 2020. –
Correo electrónico: john5_1@hotmail.com
Facebook: John Anderson Bello