Por: Diego Ruiz Thorrens/ En días pasados tuve la oportunidad de conocer a José*, un pequeño niño de tan solo dos años de edad. José hace parte de una generación de niños que, a pesar de haber nacido en la era de la tecnología, los celulares y las comunicaciones vía Internet, éste menor no tenía (ni ha tenido nunca) en su corta edad acercamiento a esos “milagros” tecnológicos. Esto me sorprendió.
Sus padres son ambos jóvenes que viven en una zona apartada del municipio de Bucaramanga. Son personas que a primera vista llenan de alegría y de electricidad el espacio que los rodea. Pero sus vidas no han sido para nada fáciles. La joven madre del pequeño José, literalmente, fue expulsada de su hogar por quedar embarazada. El padre del pequeño, con un amor vibrante hacia su compañera y su hijo, decidió no dejarla sola. “Ella es la mujer de mi vida”, me dijo mientras compartíamos impresiones sobre sus vidas y la labor social que realizo.
Conocí al pequeño José por pura y simple casualidad: la madre del pequeño encontró mi número en internet y se puso en contacto conmigo. Ella quería saber si la organización que represento ayuda a personas como su mamá (la abuela del pequeño José), una también muy joven mujer que descubrió que vive con una enfermedad de alto costo. Mi respuesta fue decirle que sí, que a pesar que económicamente no podíamos ayudarla dado que dependemos de nadie, la organización que represento sí trabajaba en pro del mejoramiento de la vida de Mujeres como la abuela del pequeño José.
Mientras hablábamos, observaba de reojo cómo se divertía el pequeño José con su pequeño (casi diminuto) juguete (un pequeño carrito). Solito, él y su juguete. El papá me miraba mientras yo observaba cómo el pequeño, embelesado, se divertía y reía con su juguete.
“Es el único juguete que ha mantenido”, me expresó en un tono de voz que logró herirme profundamente el corazón. Sus palabras arrastraban tristeza. “¿Hace cuánto tiene ese juguete?”, le pregunté. “Desde que era un bebé”, respondió el joven padre ahora de manera cordial.
José va con sus padres a todo lugar. Si es la Madre la que tiene que trabajar, él está con ella, no importa dónde ella esté. Si el turno es del papá, él lo cuida y está atento a su hijo mientras realiza las labores que tiene que hacer.
Las oportunidades no han sido justas con ninguno de ellos, menos con su pequeño hijo. Sin embargo, frente a las adversidades, pareciera que su amor y el amor por su pequeño fueran más fuertes que la calle, que el cansancio, que las largas caminatas e incluso que la misma hambre. Me despedí de ellos no sin antes preguntarles qué pensaban hacer en esta temporada. “Trabajar, sí señor”, fue la respuesta. Al parecer, ambos corrieron con la suerte de estar juntos, trabajando, en la temporada Decembrina. Esto los motiva y les llena el corazón de alegría. Y para dónde ellos deban ir, sé que llevarán a su pequeño José.
Mientras me despedía y comenzaba mi recorrido de regreso a casa, observaba decenas de niños como José en los semáforos, en las calles, en los parques aguantando el día y la noche, niños que quizá cuentan con la misma suerte de ser amados y cuidados como los padres del pequeño José lo son con él. Otros, tristemente, no cuentan con tanta suerte. Son los niños que la crisis económica, la falta de oportunidades de sus padres, la migración, el desempleo, y así muchos más factores han dejado.
Sin embargo, y aparentemente ajenos a esta realidad, muchos de estos niños tenían a mano algo a qué aferrarse: una lata, una pelota vieja, una muñeca con poco cabello. Comencé a entender que para muchos niños un juguete no es sólo una herramienta para disfrutar y distraerse. Un juguete puede llegar a ser un salvavidas, la puerta de entrada a un nuevo y mágico mundo, uno ajeno al gris casi oscuro mundo que los rodea a ellos mismos y a sus familias.
Confieso que nunca he sido partícipe del asistencialismo humanitario. Y la razón es porque en cientos de casos el asistencialismo no soluciona los problemas coyunturales que muchas personas están viviendo. Solo los merma, los desaparece, pero solo por un instante.
Por eso, en este momento del año, época dónde muchos corazones saldrán a brindar un momento de alegría a todas y todos aquellos que lo necesitan; que buscarán compartir un plato de comida y un momento de amistad con otras personas, recuerden que, si tienen la oportunidad de brindarles alegría a un pequeño, a una pequeña, no duden en hacerlo.
Que cientos de veces los niños no necesitan de regalos costosos sino de alguien de quiera de corazón compartir con ellos y con sus padres por un momento. Un juguete, una sonrisa, y mostrarles el respeto y cuidado que todo niño, que toda niña necesita, muchas veces es más que suficiente.
Yo sé qué le regalaré a José: un carro de bomberos que tiene encima otros pequeños carritos rojos parecidos al primero. También, dada la vocación social que muchos hemos asumido, buscaré las herramientas para ayudar a la madre del pequeño José con algunos medicamentos.
Y usted, de corazón, ¿Qué regalo o qué acción podría brindarle a un/a niño/a en Navidad?
(*Nombre cambiado a solicitud de los padres).
Twitter: @Diego10T