Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado domingo primero de diciembre se conmemoró una nueva fecha del día internacional de la lucha contra el sida. Desde hace más de 30 años, millones de personas han levantado su voz frente la desidia política que condenó a muerte a otros tantos millones de seres humanos.
Luego, con la llegada de los antirretrovirales (medicamentos que mejoran la calidad de vida de todas aquellas personas viviendo con el virus), la lucha se trasladó al plano del acceso al tratamiento oportuno, borrando casi de la memoria colectiva aquello que antes significaba una sentencia inamovible de cambiar, incluso una meta imposible de lograr: detener, frenar por un tiempo el posible avance de un virus que, al no poder ser controlado, debilitaría el sistema inmune de su habitante, llevando a la persona lentamente a la muerte.
Repito: millones de personas han perecido en esta lucha, y la muerte, implacablemente, consiguió arrebatar la vida de niños, jóvenes, hombres y mujeres, sin ningún tipo de distinción.
Sí, el virus ha sido mayormente implacable con algunos tipos de poblaciones. Inicialmente, cuando atacó a la población de hombres homosexuales, lo hizo de una manera perversa, duramente. Desafortunadamente, el virus no sólo esparció su poder manifestándose en la muerte de miles de inocentes, sino que al mismo tiempo logró sacar el lado más inhumano y oscuro del alma del hombre.
Pensando que el VIH era un asunto exclusivo de homosexuales, la humanidad pronto descubrió que nadie, absolutamente nadie era vulnerable al virus. Las mujeres, especialmente mujeres con parejas estables, comenzaron a ser el nuevo rostro de un fantasma que dejaba claro que el mismo no se alimentaba de la vida de “homosexuales”. Todos, absolutamente todos, éramos vulnerables.
Algunas personas siguen sin comprender la dimensión que tienen los medicamentos que deben tomar los pacientes que viven con el virus (y ahora también todas aquellas personas que quieren evitar adquirir el virus del VIH): la llegada de los medicamentos antirretrovirales significó (y lo sigue siendo) una nueva oportunidad de vida, logrando dar un nuevo aliento a todas aquellas personas que descubrieron que el virus navegaba en sus cuerpos.
Sin embargo, los estigmas y la discriminación hacia todo aquello que representase el virus en realidad variaron muy pero muy poco. Ahora el problema no era solo de homosexuales: el problema se transformó en aquel dedo acusador que juzgaba a todos aquellos “portadores” y no portadores (odioso y nefasto término, puesto que nadie “porta” un virus, solo se vive con él) por tener sexo. La sexualidad se manifestó como el nuevo pecado, pecado que, si alguien decidía asumirlo, llegaría con “consecuencias” inevitables. El tabú se escabulló socialmente adquiriendo el rostro de la Muerte.
Y entonces, las campañas más brutales y continuas llegaron con la “prevención del virus”. Después de interminables debates, el preservativo llegaba como la única (real) herramienta posible de “bloquear” el virus, haciendo que un instinto tan natural como el sexo nuevamente alcanzare su dimensión humana, ahora acompañada de la “precaución”.
No obstante, tuvo que pasar nuevamente un tiempo considerable para que el uso adecuado del condón adquiriera una validez seria y real: el preservativo no era solo para que aquellos hombres que tenían sexo con otros hombres. El preservativo debería (y debe) ser para todo el mundo. Todos. Sin excepción. Incluyendo, por supuesto, a las mujeres.
Pero… hablar de sexo casi resultó igual que hablar de “mayoría de edad”. Es aquí donde la pregunta crucial que debimos hacernos desde muchísimos años adquirió nuevamente un valor supremo: ¿Y los jóvenes qué? ¿Por qué es tan pero tan difícil para los padres, parientes, docentes, tutores y acompañantes de todos los jóvenes hablar de sexo, prevención, y de infecciones de transmisión sexual y el VIH/Sida?
En los inicios de la historia del virus, miles de jóvenes homosexuales, muchos de ellos en su primera experiencia sexual, perecieron por amar a alguien de su mismo sexo. Quizá por ello, algo que no ha cambiado en la historia, es que, al hablar con niños, adolescentes o jóvenes gay, bisexuales o que tienen sexo con otros hombres siga siendo socialmente difícil, lo cual no debería serlo.
Tampoco debería serlo cuando se habla con niños, adolescentes y jóvenes sexualmente activos, heterosexuales o no. Por ello considero que como papás, tíos, primos, parientes, amigos y como sociedad debemos dejar los tabúes de la sexualidad en otro lado… más cuando la incidencia (los nuevos casos) en VIH siguen creciendo, en Santander y en muchas regiones del país, y los jóvenes pueden verse afectados por este aumento.
Para los padres que piensan que la abstinencia es la mejor forma de evitar una infección de transmisión sexual les diré: ¿Saben qué? Tienen razón. Pero ésta no es ni de cerca la realidad que viven los jóvenes.
Les debemos la oportunidad de hablar de prevención, de sexo, de responsabilidad, de decisiones, de embarazos no deseados y de infecciones de transmisión sexual de manera abierta. Ojalá lo logremos hacer, así sea algún día. Ojalá pronto.
Twitter: @Diego10T