Por: Andrés Julián Herrera Porras/ Estaba a punto de ingresar a la estación de Transmilenio y me causo curiosidad una discusión que se estaba presentando, nunca supe cómo empezó ni como terminó, solo vi como un usuario alegaba a la funcionaria encargada de vigilar que nadie se cole sin pagar el pasaje, además, vi que había un policía presente hablando con el usuario mientras este, el usuario grababa todo.
Después de ver esta escena me surgieron varias preguntas que quiero traer a esta reflexión. ¿De dónde surgió esta idea de grabarlo todo? ¿ayuda en algo a la resolución de los conflictos diarios de la ciudadanía? ¿Porque necesitamos un funcionario que evite que nos colemos al sistema sin pagar? ¿al usar la grabación nos envalentonamos? ¿El celular pasa a ser una especie de arma? ¿porque nos envalentonamos y grabamos cuando hay policía, pero no cuando ocurren otras cosas?
El avance tecnológico ha permitido que todos tengamos acceso no solo a grabar o tomar fotografías con gran facilidad, sino también, permite que podamos publicarlas a una velocidad impresionante. Podemos darnos cuenta de lo que pasa al otro lado del mundo de forma casi inmediata. Ahora bien, esto también ha llevado a la humanidad a estar repleta de contenidos inútiles en todas las redes sociales y en todos los medios de comunicación. La facilidad para publicar ha afectado directamente la calidad y utilidad del contenido producido.
Además de lo anterior, la idea de poder grabar y transmitir algo que nos parece injusto ha generado en el colombiano promedio —algo crecido y envalentonado— un cierto halito de autoridad moral. Parece ser que quien graba está diciendo “yo tengo razón y no pienso escuchar lo contrario”.
Obviamente comprendo que grabar constituye una prueba que puede evitar que se den diversas conductas abusivas. A pesar de ello, lo que quiero reflexionar es que el exceso de cámaras evita el dialogo real entre quienes pueden entrar en un altercado, incluso parecen dar la razón a quien graba, aunque no la tenga. Peor aún si posteriormente publica —al mejor estilo de nuestros nuevos modelos amarillistas de comunicación disfrazados de noticieros— solo las partes de la grabación que le son favorables.
Quienes usamos con algún tipo de frecuencia el Transmilenio en Bogotá, somos testigos diariamente de diversos usuarios que por múltiples circunstancias se cuelan al sistema. Aquí no entrare en detalles de cómo algunos de estos podrían tener justificación y otros no, simplemente quiero anotar que es una realidad diaria del sistema. A pesar de la mencionada situación, la misma se ha normalizado, salvo algunos informes de televisión, nunca vemos un ciudadano común grabando o denunciando a quien se cuela, tampoco vemos a alguien sacando su celular para grabar a más de un corrupto, ni mucho menos grabando cuando vemos determinados comportamientos dañinos. Si no nos afecta, no grabamos, no nos envalentonamos, no actuamos.
Peor aún, solamente cuando tenemos un cierto grado de “seguridad”, o al menos percepción de esta, nos atrevemos a grabar para denunciar. Denunciamos cuando no nos pasará nada por hacerlo. El joven que grababa la funcionaria de Transmilenio lo hacía porque la veía sola y sabía que era su palabra contra la de ella y que, además, la funcionaria no podía dejar de ejercer su función durante la hora pico; es decir, no podía detenerse a responder o a entrar en debate con el presunto infractor que la acusaba de hacer mal su trabajo y así desviar la atención del patrullero que estaba pidiendo explicaciones al joven. Acusar para desviar la atención de una falta cometida, una vieja estrategia empleada en la política de todos los niveles.
Somos una sociedad machista y del espectáculo. No solo nos encanta tener la razón y procurar el bien personal, también nos gusta que nos aplaudan cuando “ganamos” una discusión. Ya es tiempo de que comprendamos que la ciudadanía implica un ejercicio de silencio y escucha, no solo de algarabía y envalentonamiento.
Apuntaciones
- Así como hay que dar palo al gobierno por muchas cosas, debo aplaudir el manejo que se dio al paro de camioneros, la resolución de este fue rápida y, al menos hasta el momento en que escribo, eficaz. Además, hay que decir, sin violaciones a Derechos humanos ni perdidas de ojos que lamentar.
- Siguiendo con el paro de camioneros, es curioso ver la diversidad de agremiaciones de estos. Parece ser que no hay unidad en el gremio y sería interesante indagar a las razones de esta falta de koinonia entre ellos.
- Reitero esta apuntación por responsabilidad: debo manifestar que, desde la columna inmediatamente anterior, no firmo mis textos como fraile dominico, pues, después de un largo discernimiento he decidido dar un paso al lado en mi estado de vida como religioso. Ahora, lo hago eternamente agradecido con la Iglesia y la comunidad de la cual me seguiré sintiendo hijo.
…
*Abogado. Lic. Filosofía y Letras. Estudiante de Teología. Profesor de la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
Twitter: @UnGatoPensante
Instagram: @ungato_pensante