Por: Javier Quintero Rodríguez/ Prusia fue un Estado que existió desde finales de la edad media hasta 1934, cuando pierde su autonomía bajo el régimen Nazi. En su época de mayor esplendor ocupó los territorios actuales del norte de Alemania y partes de Dinamar0ca, Polonia, Lituania y Rusia. Desde 1946, Königsberg, Prusia, pasó a llamarse Kalinigrado, Rusia, y allí, hace 300 años, nació Immanuel Kant, filósofo, antropólogo, físico, matemático, pedagogo y uno de los pensadores más influyentes de la era moderna.
Cuarto de nueve hermanos e hijo de un artesano, fue educado con fuertes principios religiosos protestantes (de los cuales se separaría más adelante) y nunca en su vida salió de Königsberg, esta pequeña ciudad donde daba diariamente un paseo a las 7:30 de la mañana casi con exactitud.
Su obra más importante es la Crítica de la Razón Pura, seguida de la Crítica de la Razón Práctica y la Crítica del Juicio. En estos libros, Kant toma y potencia el pensamiento de la Ilustración del siglo de las luces y se hace tres preguntas claves: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer?, y ¿Qué puedo esperar?, que finalmente servirían para entender al hombre. Para Kant, tanto la razón como la experiencia se sintetizan para conformar el conocimiento.
Kant nos mostró la razón como un instrumento liberador, ya que actuar con la razón inspira una ética, es decir una lógica de comportamiento. Si actuamos de acuerdo con la razón, estaremos acercándonos a lo que hoy asociaríamos con ser una persona “buena”. Pero ¿cómo saber si la razón nos está llevando realmente a comportarnos bien? La respuesta de Kant es el Imperativo Categórico, definido como “cualquier proposición que declara a una acción como necesaria”, y es regido únicamente por la razón, no por una autoridad divina.
Entre las formulaciones del Imperativo Categórico está la de actuar de tal manera que esa acción se convierta en ley universal (fórmula de la ley universal) y que las personas son fines en sí mismas y no solo medios (fórmula de la humanidad). El poder del imperativo categórico es tal que, si todos fuéramos considerados “fines” para los demás, el respeto entre los humanos sería absoluto. El imperativo es “categórico”, al contrario de hipotético, porque no depende de nada más, de ninguna situación o actuar de otros, y es “imperativo” porque debe tomarse como mandato obligatorio que todo ser libre recibe de su conciencia o razón.
Del Imperativo Categórico Kantiano se desprenden máximas como que mentir sea malo, hacer compromisos que no se pueden cumplir está mal, y por supuesto utilizar a otras personas como medios (y no como fines), está mal.
En Colombia, hace un poco más de 10 años, el hermano filósofo de un político puso de moda el Imperativo Categórico como principio de acción en la campaña de su pariente candidato a una alcaldía. El hábil político, quien tergiversó tanto el concepto filosófico que acabó por definirlo como “la emoción que siente la gente cuando hay alguien que la gente cree que tiene la personalidad y la valentía de enfrentar estos políticos que nos han robado…”, terminó ganando esa alcaldía, haciendo una pésima gestión, pero sorpresivamente catapultado a candidato presidencial, aspiración que por poco logra.
El Imperativo Categórico, mutado por conveniencia a un lema de campaña “no robar, no mentir, no traicionar”, terminó siendo en sí mismo una mentira. El hermano filósofo terminó decepcionado y alejado; el político aterrizó en problemas legales relacionados con la corrupción, terminó defraudando a todo un país al presuntamente negociar y entregar la presidencia a un exguerrillero, y el Imperativo Categórico no solo nunca se puso en práctica, sino que fue ultrajado, usado como medio para fines inmorales y antiéticos.
Por esto, Kant, en la celebración del tricentenario de su natalicio, se merece de parte de los colombianos, nuestras más sinceras disculpas. Ahora bien, comprender el Imperativo Categórico y procurar acercarse al mismo en el actuar diario, sin duda, hará de cada uno de nosotros personas más éticas y buenas. Y a nuestra sociedad, siendo más razonable, la hará menos violenta y más armoniosa.
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*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror