Por: Diego Ruiz Thorrens/ “Un estudiante de 17 años de edad mató a puñaladas a un compañero de colegio, de 19, en la ciudad colombiana de Bucaramanga (nordeste), mientras conversaban con el rector, informaron hoy varios medios locales. El director del centro educativo explicó a la prensa que el incidente ocurrió mientras intentaba conciliar las diferencias entre los dos estudiantes”. W Radio, 29 de septiembre de 2004.
“Un lamentable caso ocurrió en la tarde del lunes en un colegio de Bucaramanga luego de que un menor de 14 años asesinara a un compañero a la salida de la institución educativa, enfurecido porque este lo agredió verbalmente. El Instituto Politécnico está de luto tras la muerte de un menor de 16 años, de grado 11, quien fue atacado por un compañero de grado Noveno, producto de una de tantas riñas que al parecer ya habían sostenido anteriormente, pero que no habían pasado de agresiones verbales”. 02 de Agosto de 2016, El Espectador.
El bullying, matoneo o acoso escolar ha sido desde siempre una realidad que deja a sus víctimas con heridas físicas, emocionales y psicológicas difíciles de superar. Los menores víctimas de matoneo temen denunciar al (o a los) agresor(es). Algunos, no solo callan: también terminan siendo invisibles, llegando a sufrir de una doble y hasta triple revictimización: en los colegios, en las calles y hasta en sus propios hogares. En Bucaramanga, como en todo el departamento de Santander, nadie quiere hablar de las víctimas de bullying en entornos escolares, aún menos, cuando son de la población LGBTIQ.
El pasado 06 de marzo, el medio Vanguardia reportó el siguiente artículo: “Matoneo: 14 de cada 100 estudiantes han sido víctimas en Bucaramanga. ‘Aumentan’ los casos de ‘bullying’ o ‘matoneo’ escolar en colegios del área metropolitana. Más allá de las cifras, son muchos estudiantes los que sufren en silencio ese tipo de acoso”.
La denuncia es aterradora. Las víctimas de matoneo recibieron notas intimidantes donde son advertidos de “futuras golpizas”. Aquí, los agresores, parecieran no meter las consecuencias de sus actos. No importa que ya otros se enteren. El objetivo es decirle a sus víctimas y círculos de amigos cercanos que el peligro es inminente. Están advertidos.
El artículo hace mención del “aumento” y los “porcentajes de estudiantes afectados” en los últimos años, aunque no aclara a partir de qué fecha inicia dicho aumento, cuáles son los menores que corren mayor peligro (si las víctimas son más niñas que niños, si los menores son migrantes, o afrocolombianos, o son menores que viven con algún tipo de discapacidad motora, sensorial, visual…), cómo se recepcionan las denuncias y cuáles son las rutas de atención en caso de violencia por matoneo.
Es un artículo que hace repaso de una situación a la que debemos prestar más atención y que pone de relieve nuestra responsabilidad (de padres, cuerpo educativo y sociedad en general) al no ser capaces de reducir y/o erradicar el bullying que se vive y respira, no solo al interior de colegios públicos y privados, sino también afuera, en sus alrededores.
También es la suma de los intentos fallidos que dejan al desnudo nuestra inhabilidad para “proteger” a la niñez, de la instrumentalización de sus derechos, de la hipocresía social y política revestida en discursos pronunciados por aquellos que lloran con los ojos secos por las vidas de todos los menores.
Por esta razón, cada cierto tiempo se proponen acciones, campañas, actividades y otros que terminan fracasando estrepitosamente porque (casi todas) son pensadas desde la visión que tienen los adultos respecto al bullying (padres, docentes, administradores, etc.) y las posibles soluciones que ellos, los adultos, proponen a partir de su lectura y análisis de la situación. Y mientras esto ocurre, manuales de convivencia, normatividad legal vigente y derechos de los menores van perdiendo validez cuando el matón, el agresor, desea crear el más profundo de los daños a otros. A sus víctimas.
Todas y todos aquellos que representen lo “diferente” tienen mayores riesgos de ser víctimas de acoso escolar. En el año 2016, en pleno auge de teorías conspirativas y la llamada “ideología de género”, violencia impulsada por sectores “próvida” contra todo aquello que representara diversidad sexual, el matoneo contra niños, niñas y adolescentes LGBTIQ se vivió con fiereza. La historia tiende a repetirse.
Ese año, la corporación Conpazes denunció los vejámenes y la sevicia que muchos menores vivieron en colegios tanto públicos como privados en razón de su orientación sexual y la identidad de género a manos de otros alumnos, de docentes e incluso de personas externas a las instituciones educativas.
Los hechos que más se repitieron fueron las agresiones verbales, las golpizas en los baños, el acoso, la violencia sexual y la violencia física. Desafortunadamente, estos menores LGBTIQ víctimas de bullying o acoso escolar fueron olvidados por quienes debían protegerlos. Fueron ignorados, haciéndoles sentir la responsabilidad de los hechos que tuvieron que afrontar. Nadie, ninguna institución quiso escucharles y mucho menos brindarles acompañamiento y auxilio.
La Sentencia T-478 de 2015, la cual reafirma la Ley 1620 de 2013, reconoce que no pueden ocurrir más casos de violencia y discriminación de niños, niñas y adolescentes con orientación sexual e identidad de género diversa en ámbitos educativos. Sin embargo, como muchas de nuestras leyes, parecen letra muerta.
Las historias de bullying tienden a repetirse, y los sucesos ocurridos en últimos días demuestran cuán lejos estamos de erradicar el matoneo o acoso escolar tal como lo conocemos. Es más, ahora exponen al agresor y las nuevas formas de generar terror.
Todos los menores pueden llegar a ser víctimas de la horrible violencia, y es por ello que, para transformar y cambiar esta realidad, debemos comprender que existen menores aún más susceptibles, vulnerables y presas de victimarios que, finalmente, replican lo que observan y aprenden de sus mayores, como es la agresión en razón de la orientación sexual y la identidad de género.
No validemos las violencias, bajo ninguna circunstancia. Prestemos más atención a lo que sucede al interior de las instituciones educativas, previniendo que títulos de prensa como los que mencionados al inicio de este artículo, terminen siendo el pan de cada día.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión del posconflicto de la ESAP – Sede Santander.
X: @DiegoR_Thorrens