Por: Sonia Yaneth Amado Ríos/ Son alarmantes las cifras de violencias intrafamiliar en todas sus formas (física, psicológica, sexual, económica), y en el último año, más de 60.469 denuncias de violencia intrafamiliar se reportaron a nivel nacional. De esta cifra, el 71% (42.914) de los casos fueron víctimas mujeres y el 39% restante víctimas hombres. (según el informe de violencias basadas en género de la fundación Paz y Reconciliación.
Nuestro sistema de creencias y formación desde la infancia durante generaciones enteras hemos visto repetir el mismo patrón de machismo normalizado y patentado por las mismas mujeres. Invalidamos los talentos, profesionalismo y astucia de por el hecho de ser mujer. Vemos la realidad de nuestro país en la deficiente administración de justicia, sumado a la demora de nombrar a la próxima fiscal general de la Nación; han pasado más de cuatro meses desde que la Corte Suprema de Justicia recibió una excelente terna, integrada por tres mujeres independientes, sin cuestionamientos éticos y con experiencia en investigación criminal y un buen conocimiento del funcionamiento de la Fiscalía y aún no han hecho la tarea de realizar su nombramiento.
Con gran tristeza vimos en las últimas elecciones como las mujeres perdieron curules en los diversos cargos en los que la democracia a todas luces las mujeres salieron a las urnas a respaldar a hombres y no a sus pares. Y todavía nos cuestionamos: ¿por qué la brecha de la desigualdad no logra cerrarse en la participación política de las mujeres?
El término de la sororidad empieza a tomar fuerza cuando empecemos a comprender su verdadero significado en reconocer a otra mujer en toda su dimensión humana, valorando sus capacidades y aportes significativos a la familia, las empresas y a la sociedad.
No se trata de querer ser iguales que los hombres, porque cada género tiene su papel y sus responsabilidades en el diseño original en el que hemos sido creados, ni la genética, la morfología corporal, el metabolismo y el funcionamiento cerebral y emocional podrá igualarse a un hombre.
Somos nosotras las que tenemos el gran privilegio de procrear, traer vida, brindando amor, formación integral y cuidado a los próximos ciudadanos que entregamos a esta sociedad, pero si ese papel tan vital no lo queremos asumir, lo delegamos a la televisión, video juegos o influenciadores que predican el materialismo, la autosuficiencia, la deshumanización y desintegración familiar; un panorama muy agobiante sufriremos al ver a nuestros hijos adolescentes inmersos en el sistema de responsabilidad penal engrosando las cifras de privación de la libertad por la comisión de delitos o esclavizados bajo el yugo del consumo de sustancias psicoactivas, con patologías mentales, consumiendo medicamente psiquiátricos y/o procreando hijos de manera irresponsable en edades en las que no tienen la mínima noción de lo que significa conformar una familia.
El machismo sin duda alguna es gestado por nosotras las mujeres cada vez que permitimos a nuestros hijos desde edades muy tempranas, no reconocer autoridad ni respetarla, manipular, violentar verbal, psicológica y hasta físicamente a sus madres o hermanas u otra mujer que lo rodee, en una actitud de dueños del mundo, que todo se les debe complaciendo sus caprichos y pataletas, sin colocar límites ni delegar labores del hogar a nuestros hombrecitos que crecen con la idea que tendrán por siempre una empleada doméstica y esclava complaciente de manera gratuita, sin asumir ninguna responsabilidad.
No es suficiente suplir el amor, el cuidado y la protección con cosas materiales, necesitamos elevar el nivel de consciencia de nuestro compromiso cuando decidimos darle el SI a la vida y traer hijos al mundo, es por esa razón que se hace prioritario distinguir entre lo urgente de lo importante, organizar nuestros tiempos, alinear nuestras vidas, empezar hacernos cargo de nuestras propias carencias y heridas con responsabilidad, carácter y amor para encaminar a nuestros próximos hombres y mujeres en principios y valores, sanos mentalmente, con amor propio y equilibrio en todas sus áreas, reconociendo que todos salimos del vientre de una mujer y de ninguna manera ni por ningún motivo se justifica la violencia.
En estos tiempos en los que las diversas administraciones empiezan a enfocar sus planes de desarrollo con políticas públicas que sean efectivas, quiero invitarles a que revisemos y apliquemos la legislación de cuidado y no violencia existente a nivel nacional e internacional contenida en las cartas constitucionales y otros instrumentos legislativos de los países de América Latina y el Caribe. Deben entenderse que las políticas públicas de cuidado son aquellas destinadas a garantizar el bienestar físico y emocional cotidiano de las personas con algún nivel de dependencia, que intervienen sobre la organización social del cuidado y establecen los derechos al cuidado; y las políticas de violencia, se deben enfocar a encontrar los caminos alternativos de solución de conflictos en los que se propenda por la unión familiar y no la desintegración de sus miembros.
Si logramos ejercer nuestro rol de manera efectiva desde la posición que nos encontremos y establezcamos la justicia con normas y políticas que promuevan el respeto a las licencias maternales para el cuidado y la lactancia, las paternales, parentales y de cuidados de dependientes de distintos tramos etarios; establecimiento y facilidades de acceso a servicios de cuidados extra-hogar, leyes anti-discriminatorias en el empleo para madres y padres, seguridad social en caso de maternidad y asistencia médica preventiva y curativa de los hijos o hijas, normativa para promover la maternidad y paternidad responsable, legislación de responsabilidad compartida para las familias y la comunidad, cuidado y mecanismos de integración social de personas con discapacidad, transferencias monetarias para cuidadoras, y normativa constitucional para personas proveedoras de cuidado no remuneradas, estaríamos avanzado desde el papel que le corresponde al estado de darle efectividad a sus metas de producto y de resultado.
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*Abogada, defensora de la vida y la familia, miembro del Colegio del Derecho Social (Coldesocial).