Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado 4 de agosto se conmemoró 7 años de la triste y dura partida de Sergio Urrego. Para aquellas personas que no recuerdan, Sergio fue un joven estudiante víctima de bullying en razón de su orientación sexual, violencia que lo acorraló, lo redujo, llevándolo a cometer suicidio. Su muerte marcó un antes y un después en la historia de nuestro país, resignificando la lucha por la diversidad y los derechos sexuales y reproductivos de todos los niños, niñas y adolescentes, y haciendo visible una violencia (la homofobia) que continúa persistiendo y atrapando a más menores de edad, golpeando duramente sus emociones, su integridad personal, su autoestima y su salud mental.
Para Sergio, su único “error” (y lo pongo en comillas porque en sí no es ningún error) fue ser diferente, sentir diferente, romper con un molde estructural que insistentemente busca que cumplamos (muchas veces a la fuerza) dictámenes basados en binarismos sociales que pueden llegar a ser crueles, violentos e iracundos con todas aquellas personas cuyo sentir y pensar toma otros caminos distintos al socialmente establecido: Sergio era un niño sexualmente diverso, LGBTI, un ser humano bello quien siempre supo y tuvo presente quién es, quién fue, pero que se encontró rodeado de una sociedad oscura, machista, que no se sonroja al señalar a quien es “distinto”, “diferente”, violentamente temerosa de la “diferencia” y de todos aquellas y aquellos seres que deciden ser libres.
Las redes sociales estallaron en mensajes de apoyo y de amor infinito con su mamá, Alba. Albita, brindó su valioso aporte recordando quién era su hijo, buscando perpetuar su nombre, su historia, impidiéndole al tiempo y a la sociedad olvidar a un niño cuya vida era parte de su vida. Sergio fue su hijo. Su pequeño. Por ello, en ese día tan triste pero especial, la organización que ahora lleva ahora su nombre (la fundación Sergio Urrego) realizó distintas actividades que buscan recordarnos la inmensurable deuda que tienen múltiples sectores nuestro país (entre ellos el gobierno, las instituciones educativas públicas y privadas, la sociedad en general, etc.) con todos los niños, niñas y adolescentes y con todos aquellos menores que necesitan urgentemente ser protegidos, superando todo tipo de barreras o excusas. Por esta razón, el nombre de Sergio Urrego, se ha convertido en un poderoso y potente referente del significado de la lucha que debemos dar por todos, todos los niños, niñas y adolescentes y el derecho que tiene toda persona a que se respete su integridad física, psíquica y moral.
Personalmente, ese día (el 4 de agosto) fue bastante difícil, por no decir horrible, y consiguió remover en mí recuerdos de mi niñez que pensé habían sido superados. También, fue una oportunidad para reflexionar sobre todo aquello que estamos haciendo como sociedad (y todo lo que nos falta por hacer) para alcanzar a proteger a los, las, les niños, niñas y adolescentes sexualmente diversos (antes y) después de la triste pérdida de Sergio Urrego. La conclusión de mi reflexión fue la que todos conocemos, y es que aún nos falta mucho, muchísimo por hacer, y que, sin desconocer a todas aquellas personas que luchan incansablemente velando por la protección de la salud mental de los menores, las pocas acciones que han logrado cumplirse parecieran que poco a poco fueran perdiendo su intensidad y su fuerza.
Ese día fue un día lleno de emociones, casi como una montaña rusa, pasando de la impotencia a la tristeza y de la tristeza a la rabia. Entender, reconocer que (hasta el momento) no hemos hecho lo suficiente para proteger a todos los menores (independientemente de si son LGBTI o no) es sumamente frustrante, y que la voluntad social/política para brindar apoyo a todas aquellas personas y organizaciones, tanto a nivel nacional como local, que luchan incansablemente por ellos y ellas, ha sido mínima, por no decir prácticamente nula. La vida de los niños, las niñas y adolescentes (especialmente, LGBTI) pareciera no importarle a esos sectores que se desgarran las vestiduras y que promueven vacías políticas de “protección” de todos los niños, niñas y adolescentes, que sólo buscan hacerles visibles (como partidos políticos) en el imaginario social, incumpliendo aquello que están denunciando.
El vacío que dejó la partida de Sergio Urrego también debería recordarnos las distintas violencias que sufren otros menores ubicados en sectores lejanos y/o apartados de nuestro país, y que impactan duramente tanto en su integridad, en la salud física como mental: no debemos ni podemos permitirnos olvidar la triste historia de un menor en Sincelejo que, en 2020, sufrió pérdida de una parte de su brazo por culpa de la homofobia y del machismo; o la violencia física, psicológica y sexual, muchas veces oculta, que enfrentan muchos menores en el seno de sus propios hogares, violencia potenciada por las medidas de confinamiento y la pandemia, perpetuada por sus padres o familiares más cercanos; o a todos aquellos menores cuya salud mental se encuentra mermada por no encontrar a otras personas con quien compartir, niños que cargan con el miedo de ser descubiertos, expuestos por ser sexualmente diversos.
La muerte de Sergio Urrego debe forzarnos a cuestionar todo lo que está mal con nuestra sociedad. Nos falta mucho, muchísimo para brindar verdadera y real protección a todas las vidas de todos y cada uno de los niños, niñas y adolescentes, independiente de su raza, sexo, sexualidad, condición económica, de su ubicación geográfica, de su talante o decisión de a quién amar. Con cada vida violentamente apagada perdemos la oportunidad para cambiar nuestro futuro. Ningún, ningún niño, niña y adolescente debe sufrir por decidir ser libre.
Hoy pienso con más fuerza en Sergio y también otros niños (Dayana, Paola, Mario, Carlos, Camilo y muchos otros más) a quienes no pudimos (no supimos) escuchar, algunos, menores que no alcanzaron a cumplir los 14 años de edad antes de cometer suicidio, o cuyas vidas fueron apagadas violentamente. Mientras reviso algunos artículos sobre la muerte de Sergio, encuentro este certero y contundente párrafo: “De ninguna manera se puede aceptar que una población LGBT sea excluida y se dé un trato distinto y con el fin de acusar estos actos se pueda cometer esta conducta reprochable (…) Los prejuicios matan, mi sexualidad no es un pecado, es mi propio paraíso, Sergio David Urrego Reyes”.
…
*Estudiante de maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP Santander.
Twitter: @Diego10T
Facebook: Santander VIHDA
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).